Hoy, 13 de noviembre, es el Día Internacional de la Generosidad, cualidad celebrada por nuestra especie. No olvidemos, sin embargo,que estamos lejos de tener su monopolio. Los otros miembros del reino animal también la practican, a diario y sin calendarios ni aspavientos. Mi gato me despierta todos los días con un ronroneo que para mí es como la consagración diaria de la felicidad. Otros sentirán lo mismo con el lengüetazo de su perro o el cantar del canario. ¿Y qué pensar del reino vegetal? Sin esa generosidad biológica de los árboles no viviríamos, tampoco sin la pasión del maíz y la entrega puntual de tantas otras plantas y cosechas. ¿Y qué decir del reino mineral que tan bien ha guardado la memoria de la vida y su evolución? La historia de nuestra especie está marcada por el nombre de la piedra y del hierro, por ejemplo. Además, los integrantes del reino mineral también forman parte de nuestro cuerpo, de nuestra biología. Y es, parcialmente, de este último reino del que descienden los enseres, los objetos, las herramientas, las cosas que nos rodean, las que nos reciben a diario y nos acompañan en la jornada. Cuando escribí El ser de los enseres, lo tenía muy claro: vivimos en un mundo de compra y tira, donde todo y todos somos reemplazables, donde no hay lugar para la lealtad ni la apreciación de esos pequeños milagros cotidianos que nos definen. Y una cosa es cierta sobre la escritura: le da nombre a las cosas, bautiza los secretos de nuestra relación con el mundo de una manera singular, sacando a la luz lo que tal vez sabíamos, pero habíamos olvidado. Así que la próxima vez que celebremos la generosidad humana (o lamentemos su carencia) echemos también un vistazo a esos otros reinos que la practican a diario. Los dejo con el poema A un sacudidor, del libro anteriormente mencionado. A UN SACUDIDOR Ángel del polvo, aprendiz de humano, cuántas veces tus dedos fueron tomando forma entre las escolleras de una casa que oculta con ceniza sus tenues tolvaneras de sangre. sus ojeras de noches desveladas y tristes. Cuántas veces tomé tu figura sin alas, tu implumidad de ave nutrida en la torpeza de la vida que exige sus telones de polvo, su despliegue terrestre de suciedad y olvido su hálito telúrico de suelo y superficie. Cuántas veces te hallé atareado en lo tuyo sumergiendo tu andrajo de arcángel maltratado en la labor del polvo inclemente, morfino, cuántas veces pusiste la otra mejilla blanca y te golpeó la vida con sus dedos tan sucios. Cuántas veces yo misma te abandoné a tu sino de ente luminoso, de mácula, de alacridad sin nido, de ángel que bautiza misericorde a otros, oblato en la migaja, en el lodo de la calle, en la herrumbre que mana sobre todas las cosas sobre todos los días. Huérfano de la estopa, ¿quién te enseñó a limpiar las heridas del polvo, la estafa de la vida que te paga tan poco, la sordidez del limo que se aferra al tejido? ¿quién te enseñó a sanar la sed de tus hermanos, la enfermedad del fango, la cicatriz del légamo? Ángel de la tierra, aprendiz de humano, mira el harapo en que se transformó tu túnica, el constante desgaste de tus pies descalzos, de tus dedos santos, del corazón que sigue alafiado, sereno, alzándose en su vuelo de arcángel que gravita las estelas del polvo.
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Sobre la AutoraPoeta, editora y traductora es catedrática de Creación Literaria en el Departamento de Escritura y Estudios del Lenguaje de la Universidad de Texas-Río Grande Valley. Archives
October 2020
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